Es curioso que, en ocasiones, no sepamos diferenciar los sueños de la realidad. Si por mí fuera, hoy no me hubiera despertado nunca. En mi sueño, era más feliz de lo que nunca lo había sido antes. Es más, puedo garantizar con casi total certeza que nunca había experimentado un sentimiento parecido. La verdad es que mis sueños, como muchos ya sabéis, tienden a romper de una forma brutal con la barrera de lo posible y mi mente se vuelve tan imaginativa y creadora que es capaz de cualquier cosa.
Anoche me quedé dormida en el sofá, como también viene siendo de costumbre últimamente, viendo una película. Nada especial, la verdad. En ese pequeño trozo de tiempo, casi un lapsus, soñé que estaba en una habitación de la que no podía salir, en la que sólo había una ventana que daba a la nada. NADA. Sin otra alternativa posible y con la certeza de que jamás saldría de ahí, me convencí totalmente de que lo único razonable que podía hacer era llorar y desconsoladamente. Lo que fueron no más de 20 minutos en la realidad, en el sueño fueron días. Lloraba y lloraba sin parar, a veces riendo, a veces gritando, pero casi siempre rozando la locura. De repente, como surgiendo de la nada, apareció un hombre vestido de blando que me abrazó con mucha fuerza. Me intentaba consolar. Su rostro era borroso y solo distinguía en el una melena rubia. Al instante, su rostro se convirtió en el de una persona muy especial para mí, que no llegué a conocer con vida, pero que sé que siempre está presente. Luego el rostro se parecía más al de mi madre, luego al de una buena amiga que cada vez necesito más, luego al de más familiares… y así, en cuestión de segundos, por ese rostro fueron pasando el de muchas personas que se han hecho un hueco muy importante en mi corazón y el de otras tantas que siempre lo han tenido por naturaleza.
Cuando el rostro se detuvo en el de mi abuela, la única que aún tengo con vida, mi cuerpo sintió un escalofrío fuera de lo normal. Me desperté sobresaltada y en el salón todo seguía igual, en orden, con la excepción de que yo estaba tirada en el suelo y llorando. Era hora de ir a la cama e intentar descansar. No me costó volverme a dormir, lo curioso fue que el sueño continuó donde lo había dejado.
Me resistía a que ella me abrazara, porque su cariño no era como el de los demás. En vez de consolarme, me pedía atención, como si necesitara demostrarme algo que yo me negaba a entender. Fue cuestión de minutos, horas en realidad durante toda la noche, lo que tardé en razonar. Tenía solo una habitación, vacía, con una ventana a la nada y me sentía vacía y sola. El joven vestido de blanco intentaba hacerme ver que no necesitaba más que la gente que estaba a mi lado, que la gente que seguía conmigo mi camino… algunas de la mano, otras a mi lado y otras que se van quedando atrás, pero que seguirán conmigo donde quiera que estén. No necesito más…
Y así, abrazada a ese extraño ángel, me quedé abrazada toda la eternidad, sintiéndome consolada, feliz, tranquila, plena. Se fueron los miedos, las preocupaciones, las inseguridades… Aprendí a sentirme querida.
Con esto espero haceros llegar a vosotros, que ya sabéis quienes sois, lo que yo también os quiero. Serán las fechas o lo que ha pasado últimamente, que le hacen a una pensar… aunque sea durmiendo.